Estaba escuchando esto mientras escribía:
Café Qujano - Robarle tiempo al tiempo
Recuerdo que a los seis años me
encantaba jugar con un atlas viajando por carreteras imaginarias e inventando
historias con las múltiples fotos de lugares y personas que se encontraban en
el libro, mientras inventaba los acentos y las lenguas, porque a esa edad no
tenía ni idea de cuál era el idioma que hablaban en otras partes del mundo.
También me encantaban las historias de terror: leerlas, escucharlas, crearlas o
contarlas; todo lo misterioso me producía una curiosidad incesante de la que mi
madre me advertía constantemente pero no me lo prohibía, y que mi padre intentó
encausar hacia la ciencia, especialmente cuando me puso a leer un librito anaranjado
de "física para niños” en un viaje hacia Medellín.
También pasaba mucho tiempo
dibujando. Trazaba grandes laberintos en las hojitas cuadriculadas del cuaderno
de matemáticas para después venderlos en las clases de lúdica por $100 pesos, o
pasaba el tiempo haciendo "planos de casas" o monicongos deformes y
ojerosos, porque yo quería ser como ellos e imaginaba que a ellos también les hubiese
gustado ser como yo. Si tenía consciencia o no de lo que hacía, no lo recuerdo,
pero lo que sí recuerdo es que los dichosos laberintos se vendieron muy bien
hasta que mi papá descubrió que al cuaderno de matemáticas le quedaban solo
diez hojas en blanco de las 100 que tenía inicialmente. Me preguntó el porqué
de aquello y yo solo me puse a llorar porque tenía que contarle que había
perdido la materia.
Me gusta tanto recordar esos
detalles. Me gusta recordar lo que viví y cómo fue que vine a parar aquí. Me
gusta recordar mi infancia porque fui muy feliz, aunque no podría decir lo
mismo de toda mi adolescencia. Es increíble como los desafortunados sucesos de esa época
pueden afectar tan dramáticamente la vida de una persona. Hoy se cumplen doce años. Doce años de mi
vida han tenido que pasar para darme cuenta que al fin soy esa persona que se
ha perdonado a sí misma, que ha seguido adelante con sus proyectos, que ahora es increíblemente afortunada y que ya no deja que eventos desafortunados le
arruinen el presente.
A veces es inevitable pensar en
todas esas personas que herí en aquellos años y que tuvieron que aguantar
mis problemas sin saber a ciencia cierta qué era lo que en verdad sucedía. Quisiera
poder volver a saber de ellos, pedirles disculpas si fuese necesario,
agradecerles también. Me los imagino con sus propias batallas internas y
superando sus propios obstáculos, me los imagino felices y me siento bien por
ellos. Ojalá que sea así.
Me he despedido tantas veces de
mí misma que ya parece costumbre, pero lo que antes no veía era que con cada desapego
le daba una bienvenida a algo mejor. Disfruto de ello, disfruto del cambio, me
gusta cambiar, y sonrío al escribir esto porque sanar de profundas heridas emocionales
no es tarea fácil, y porque no lo hubiese logrado sola… ¿Qué sería de mí si no
tuviera el apoyo y el afecto de los que me rodean, de mis amigos, de mi novio,
de mi familia, de Dios?
¿Qué hubiese sido de mí sin ti, mi Hobbes?
A veces extraño mucho charlar contigo...