Este es un escrito, de esos normales, en los que se cuenta algo.
Pero este es especial, pues no tiene ningún tipo de fundamento.
Mi primera vez fue después de un breve viaje a Magangué, cuyas calles son más enredadas que mi cabello cuándo me despierto en la mañana. Nos quedamos en un hotel ubicado en un dudoso sector (frente al puerto). Llegamos de noche porque para ir a la mina hay que madrugar. La Mina de Santa Cruz queda a tres horas en lancha (nuestra lancha se llama Carmencita) por el Río Magdalena. Al principio me sonó de maravilla eso de viajar por el Magdalena, y al principio (la primera hora de viaje) lo fue... Tomaba fotos por doquier, del amanecer, del rió, de las vacas, de los cultivos de coca que se veían a lo lejos (jeje). Pensaba en lo feliz que era por sentir tan delicioso viento en mi cara, por estar viendo tan maravilloso paisaje de la madre natura, pensaba en que definitivamente lo mío no era trabajar todos los días en un laboratorio u oficina, que me sentía feliz por tener un trabajo tan variado, una vida tan chévere. Luego me aburrí de pensar como una hippie defectuosa y pendeja, principalmente porque me dolían el trasero y la espalda, así que aterricé una vez más en este mundo e hice una siesta de dos horas en la Carmencita, mientras el sol me daba en la cara y el cabello se me esponjaba por la humedad del ambiente. Algo terrible considerando las consecuencias.
En la mina todo fue muuuy aburrido, y asombroso a la vez. Uno se baja de la lancha y lo primero que ve es a la gente lavando el oro en la orilla del río. La gente aprecia más un mineral reluciente que todo un ecosistema y su biodiversidad. Saben que contaminan el río, las plantas, los animales, y todas las zonas rio abajo con mercurio (necesario en la extracción del oro), que el mercurio es uno de los peores contaminantes que existen, que afecta la salud de quien lo toca continuamente, y aún así utilizan dos toneladas (aproximadamente) de este metal por cada tonelada de oro que sacan. ¿Y para qué? Para comprarse la moto, el televisor, el DVD, el alcohol, y lo que quede, para la comida (No crean que la 'Minería Sostenible' es menos contaminante por tener un nombre más bonito).
En Mina (que no se si llamarle corregimiento o pueblo a esas dos calles largas llenas de tierra, piedras, charcos, burros, gallinas y sol) el ancho de las calles es la mitad del ancho de una calle normal. Hay motos de alto cilindraje (-¿es en serio? -pensé cuando las vi) que sus dueños cuidan más que a la mujer, todas las casas son hechas de tablas, pintadas de colores vibrantes, y tejas de zinc, pero eso sí, cada casa tiene su televisor plasma de nosecuantaspulgadas, su equipo de sonido, y sus niños descalzos jugando con tierra (algo que envidié jeje). Cada cinco casas hay un bar, o un billar (disque para los que no quieren tomar alcohol, según nuestro guía). El guía, que es un profesor de la escuela primaria de Mina, dice que cada fin de semana los bares se llenan hasta más no poder, que la mina les garantiza la comida aunque no tengan salud, que hay aproximadamente 500 niños en la escuela aunque pensaban que habían solo 200, y que se han mantenido firmes y unidos a pesar de que en muchas ocasiones los 'grupos armados' han intentado desplazarlos para robar la mina y apropiarse del oro.
La única edificación hecha de ladrillos e imponente es una de las iglesias evangélicas (oh, que sorpresa... hay 10 iglesias en dos calles, todas evangélicas). Otra sorpresa fue saber que sólo hay un teléfono en la mina (porque allá no entra ni la señal de comcel) y que cuando alguien recibe alguna llamada le anuncian por un altavoz y tiene 5 min para contestar, aunque tenga que salir corriendo del baño. Por lo que vi, la dueña del teléfono es la misma dueña del megáfono, y la que mandó a construir la iglesia (la que tiene los mejores negocios a parte del oro, en resumidas cuentas). Una señora que aparenta (digo aparenta pues no la conozco) ser amable, respetuosa y consciente de la situación de los habitantes de la mina en cuestiones de salud, que no es la más prometedora lamentablemente. Ella dice que todas las mañanas le dan gracias a Dios por el altavoz, para que la gente se acuerde de orar y les vaya bien. Me preguntó si yo oraba todas las mañanas, pero soy una maestra en evadir el tema (estudié en un colegio de monjas jeje).
La parte aburrida: Tener que esperar bajo una sombra defectuosa, con calor, con sed (porque uno no puede tomar el agua de allá), con hambre, con sueño, con esa sensación tan horrible de tener la piel pegajosa y de la que tanto huyo en Montería. “Bendita sea mi vida”, tanto que me quejo de mi pueblo y fui a parar a uno peor. Pero tenía chocolates (wiii). Pero no duraron mucho porque cometí el error garrafal de darle un chocolate a un niño. Allá los niños no son tiernos y conformistas como los muestran en la tele, ¡no! Si tienes cualquier cosa que les interese no descansan hasta habértelo quitado todo a punta de pedir pedir pedir de la manera más insistente e irritante posible (espera… la mayoría de los niños son así ¡Fuck!). Total es que no sé en qué momento me vi rodeada de chiquillos de todas las edades, todos pidiéndome chocolates a la vez mientras crecía en mí esa sensación de correr muy lejos (!). El punto fue que terminé comiéndome un solo chocolate: el primero que me comí y ya (carita triste) [-¡Mentira! Ese cuento está alterado, no le crean, Siday no es tan buena ni tan mártir, tenía dos bolsas de 24 chocolatinas cada una y dos bolsas de galletas, repartió la mayoría de buena gana, pero como buena capitalista que es, se guardó 10 chocolates y una bolsa de galletas para los suyos, y le dijo a los niños que se fueran, que los dulces se acabaron, y que los buenos niños no joden tanto :O ¡Toda una capitalista culo gordo en potencia ¡Que vergüenza!-] Bueno, tampoco fui tan grosera, pero es que con el pasar de los años la misma gente hace que uno se vuelva malaclase y malgeniado. En este mundo tan viciado, la única forma de “sobrevivir” (por decirlo de algún modo) es no darle confiancitas a todo el mundo [jajaja ni ella se cree eso que escribe, pero en fin].
Cuándo venía de regreso ya no me interesaba nada, ni tomar fotos, ni nada, sólo llegar rápido a mi casa. Duré 8 horas sentada (3 horas en lancha, 5 horas en carro hasta Montería) y se me acalambró la nalga izquierda. El aire acondicionado del carro me resfrió, la ropa estaba toda sucia de barro y polvo, y mi piel ardía insolada a pesar de haber utilizado un bloqueador solar factor 100, camisa de hombre manga larga (que entre otras cosas me hacía ver sexy jiji), guantes y gorra. Durante todo el viaje de regreso calculaba el tiempo para ver si alcanzaba a llegar a un evento de rocksito que había estado esperando con tantas ansias, a tomarme unas cervezas y a hablar un rato con los amigos, así tal cual como hace la gente normal y perniciosa un sábado en la noche. Pero no. Al final me saqué excusas a mí misma, me di un buen baño, me vi una película, y me fui a dormir. Definitivamente prefiero seguir viajando en avión.
Solo en Magangué: Hotel Avenida "El más limpio de la ciudad.
Ahora: Habitaciones con aire acondicionado, nevera y televisión.
Agua abundante" :-O
6:00 a.m. en el río Magdalena :-)
Lavando el oro :-S