Hace tres meses cumplió dos años de muerto mi experro.
Siete años vivo, más dos de muerto: nueve años en mi vida
y aún siento que lo quiero.
Recuerdo que una vez regresé del trabajo y él estaba en medio de la sala con el vientre hinchado y lleno de líquidos, mirándome tan tristemente que nunca lo olvidaré. Recuerdo que empecé a llorar cuando él quiso levantarse para saludarme y no pudo, recuerdo que todo fue empeorando a partir de ahí, y recuerdo la mañana en que se decidió que ya era inhumano y costoso (yo sospecho que fue más por lo segundo) seguir manteniéndolo con vida.
Siete años vivo, más dos de muerto: nueve años en mi vida
y aún siento que lo quiero.
Recuerdo que una vez regresé del trabajo y él estaba en medio de la sala con el vientre hinchado y lleno de líquidos, mirándome tan tristemente que nunca lo olvidaré. Recuerdo que empecé a llorar cuando él quiso levantarse para saludarme y no pudo, recuerdo que todo fue empeorando a partir de ahí, y recuerdo la mañana en que se decidió que ya era inhumano y costoso (yo sospecho que fue más por lo segundo) seguir manteniéndolo con vida.
Era comienzos de agosto, una mañana soleada como de costumbre en mi ciudad. A veces pienso que Arnold (que así se llamaba mi perro) murió en una de las mañanas más hermosas que haya visto. Recuerdo que sus orines se regaron por todo el patio, que me impactó porque nunca había presenciado la muerte de algo que me importara (fuera de los pollitos que yo misma maté en algunas ocasiones de mi infancia), y que había un amigo impertinente que llamó en ese instante y no me dejó experimentar mi momento de perdida en silencio (que es como me gusta). No quería escuchar a nadie, no quise hablar sobre ello, no quise llorar, y en la tarde opté por irme para cine por mi incapacidad de lidiar con ese tipo de sentimientos. Aún soy incapaz de lidiar con ese tipo de sentimientos, siempre intento llenar todos mis vacíos con películas, lecturas, música o comida, aunque casi nunca me funcione el método. El punto es que le cogí fastidio a las mascotas solo porque todas duran menos que el dueño, y decidí que nunca más tendría una.
Pero como siempre, nada en la vida me sale tal cual como lo planeo, ni eso (lo cual es demasiado frustrante a mi parecer). Hasta hace tres meses refunfuñaba a cada rato si alguien me mencionaba el tema, e incluso llegué a discutir con un amigo que me ofreció un perrito. Hasta hace tres meses, justo a principios de agosto como por casualidad, encontré a dos gatitos arrabaleros intentando robar la comida de mi plato. Pensé que eran de la calle, pero no, lo que sucedió fue que una gata callejera encontró un lugar acogedor en mi patio y parió allí. Al principio pensé en dárselos a algún "amante de los gatos", de esos que ahora abundan en facebook y twitter. Aún lo pienso recurrentemente, especialmente mientras los regaño. Luego, bueno… ya les compro comida, estoy pendiente de su dieta y les estoy buscando veterinario, lo cual es mucho considerando la pereza que da salir en el día y toparse con toda la gente de la ciudad. Espero que no me pidan caricias ni nombres, que por algo no quiero hijos todavía.
Ahora que sé que se siente tener perro y gato, y puedo hacer la comparación entre los dos, creo que la mejor mascota que puedo tener en un pez sumergido en formol... o los gatos metidos en formol, quien sabe.
[Escucho Nude de Radiohead a esta hora, mientras oculto mis preocupaciones más reales de mi misma, evadiéndome, olvidándome, sumergiéndome en ligeras dosis de depresión/decepción, y en cargadas dosis de insomnio y charlas sobre gatos. ―¿Charlas sobre gatos? ¡Pegadle un tiro!―... Dios mio, extírpame la mente con una aspiradora que suene al ritmo de I'm sexy and know it o algo así...]
2 comentarios:
Conmovedoramente mordaz. Yo perdí una mascota can también, tal vez fue un sabotaje inconciente, nunca lo sabré.
Conmovedoramente mordaz. Yo perdí una mascota can también, tal vez fue un sabotaje inconciente, nunca lo sabré.
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