No hablar es delicioso. Delicioso y subvalorado. Las personas irrumpen el ambiente con bullicio, con cantos, con conversaciones, con esa necesidad de sentirse rodeados. Pocos somos los que nos sentimos felices y asombrados escuchando el palpito del corazón, las manecillas del reloj, el sonido del cabello contra la almohada, el viento golpeando la ventana, el follaje de un árbol distante, la lluvia, el tráfico, el jadeo de un perro... Sabes que has encontrado a esa persona ideal cuando no es tan necesario hablar para comunicarse.
Y se que soy una persona afortunada por poder sentir eso, aunque la gente confunde mucho el ser de pocas palabras con el estar aburrido, desentonado, analizando, o ser un oyente incondicional. Nada más lejos de la realidad. Aveces me da nostalgia porque quisiera que otros asimilaran mejor ese tipo de cosas (sin tener que ser o actuar como un estúpido hippie drogo), y no se perdieran para siempre en conversaciones vacías y cotidianas.
Incluso, hay quienes llegan a parlotear desesperadamente para llamar la atención, o despertar admiración de todos los presentes obteniendo como resultado todo lo contrario... ¿Por qué tienen esa necesidad? ¿Tiene baja autoestima? ¿Acaso les tiene sin cuidado el valor del anonimato y la poca libertad que se obtiene con él? ¿Acaso nadie les ha hecho saber cual es la diferencia entre algo forzado y algo natural?
El valor de las cosas se aprende cuando estas se pierden, eso lo sabe todo el mundo pero se les olvida. El valor de caminar despreocupadamente por las calles lo aprendí después de que me atracaron, el de 'pasar desapercibido' lo aprendí cuando empecé a ejercer la docencia, y no había un dichoso lugar en esta dichosa ciudad en dónde no me encontrara a un dichoso estudiante de los chivatos. Pasa uno de ser anónimo a ser tachado de insolente (irreverente no, odio esa palabra). Pasa uno haciendo concesiones con la ilusión de poder adaptarse algún día.
[Para disfrutar con los ojos cerrados Tchaikovsky - 1812 Overture]
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