Detente y observa: ¡El mundo arde!


El mundo arde, arde incluso desde antes de que yo naciera. Mientras iba creciendo, me iban enseñando a protegerme de los otros humanos, me mostraron las imágenes de las guerras mundiales y de la matanza de las bananeras, me enseñaron a distinguir lo “bueno” de lo “malo” y eso estuvo bien, no obstante, nadie me enseñó que detrás de todas esas guerras y desgracias existían (y existen) grandes instituciones que rigen el sistema económico en el que nací y en el que no valgo por tener una vida sino por lo que pueda consumir y trabajar mientras esté viva. ¿Quién nos protege cuando las leyes simplemente escapan de todo sentido común o lógica? ¿Quién nos protege cuando las artimañas de muchos para hacer valer su ‘poder’ atentan contra la dignidad o la vida de muchas persona?

Mientras este país se consume en un infierno mediático de (des)información sobre las elecciones presidenciales de este año, o más exactamente sobre dos de los candidatos presidenciales más cínicos que ha parido este país, en el resto del mundo continúan las noticias sobre masacres, muertes y violaciones de los derechos humanos. Derechos que al parecer no son tan internacionales como nos han hecho creer, ya que mientras aquí no les sucede nada a las personas que cambian dos, tres o cuatro veces de religión o que tienen el descaro de salir en televisión después de un escándalo tan grande como el de los falsos positivos, en países como Sudan acaban de condenar a muerte a una mujer embarazada cuya única falta fue convertirse al cristianismo. Absurdo ¿cierto?

Según la noticia publicada el pasado 15 de mayo en el diario El País, Meriam Yehya Ibrahim, que es el nombre de la mujer, fue criada con las creencias cristianas de su madre mientras que su padre, que estuvo ausente durante toda su infancia, es musulmán. Lo que me resulta increíble y fuera de toda mi lógica occidental, es que las autoridades de ese país le consideren musulmana simplemente porque su irresponsable padre lo era, y que por el hecho de haberse casado con un hombre cristiano ahora sea condenada a lapidación y muerte.
 
No puedo entender completamente cómo es que este mundo es tan desproporcionado, o cómo es que funcionan las mentes que cometen ese tipo de atrocidades e injusticias. La primera reacción que tuve fue repudiar nuevamente a la religión, y con religión no me refiero a Dios (que es la representación de las creencias espirituales que tiene cada quien), sino a esas organizaciones mafiosas y avaras que crean ese tipo de humanos avaros en nombre de Dios, para imponer o justificar con sus falsa moralidad y sus ansias de poder lo que a todas luces es un brutalidad y una clara violación de los derechos humanos. 

La segunda reacción fue darme cuenta que lo más triste del asunto es que desde las religiones, los gobiernos, los partidos políticos hasta las EPS, todas las instituciones operan de la misma manera: en función del dinero, del abuso del poder y de la manipulación de masas. Todo está organizado para que te sientas seguro y feliz mientras cantas y viajas en un bus destartalado con múltiples fallas técnicas, para que te sientas intocable mientras te indignas/burlas detrás de una pantalla de computadora, para que te sumas diariamente en una taza de café o un videojuego, o para que te de miedo y prefieras seguir creyendo que no puedes cambiar al mundo porque “una sola golondrina no hace verano”. ¿Cuántas golondrinas hacen falta para hacer un verano? 

Aunque jamás los haya conocido, o se hayan conocido entre sí, me sobrecoge el solo hecho de pensar en que los niños de Fundación y Meriam Yehya Ibrahim han sido víctimas de lo mismo, y que sus tragedias pudieron evitarse tan fácilmente con un poco de sentido común, así como muchas otras injusticias que suceden en mi entorno, y muchísimas más que suceden diariamente en el resto del mundo que conozco. Ya no quiero seguir cruzada de brazos sin hacer ni una mínima cosa para contrarrestar las injusticias que veo a diario, quiero hacer algo aunque lleve años, aunque me lleve toda la vida en ello, ¿y usted? 

[―Bien, gracias―]
 

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