Fueron sus enormes ojos marrones los que despertaron en mí aquel amor desconcertante, inmenso e irrefutable... otra vez.
Me embargó el desespero por lo incierto del destino. No sabía si volvería a ver sus ojos temerosos y distraídos, no sabía si volvería a escuchar su molesta voz que ahora extraño, y fue entonces cuando la abracé...
Las despedidas nunca han sido lo mio.
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