A menos que sea uno de esos
libros de autosuperación al estilo de Coelho o Riso, o peor aún, de Stephenie Meyer,
los cuales son una completa porquería, si la vida en verdad fuera un libro,
sería indispensable recordar lo que se leyó en la página anterior, al menos para
no perder el hilo de la historia, y en la mayoría de los casos releerla muchas
veces, porque está demostrado que el cerebro aprende por medio de la repetición
y la asociación.
En su forma dendriforme, la vida
se fragmenta en cada decisión que tomamos, por mínima que sea. Y precisamente,
es esa misma forma que tiene lo que hace que se repita constantemente, pero con
distintas variables de entorno y personas, entre muchísimas otras, creando la
ilusión de que avanza, y de que uno como persona, está ‘cambiando’. Pero no. Nada
de eso es cierto. La única forma de romper con eso es dejar de Ser por completo
quienes somos, llegar nuestra savia hasta las raíces y proporcionarnos un
cambio absoluto e inmediato en nuestra forma de percibir y asimilar. No ‘superando
ciclos’, como si la cosa en cuestión fuera algo ajeno a nosotros o la culpa de
nuestros desastres pasados no fuera nuestra, eso es como ponerle pañitos de agua
tibia a los enfermos de SIDA o pretender que se curen con homeopatía.
Es por eso que me enferma la
gente que utiliza palabras como “supéralo” o “madura”. Y vuelvo a la analogía
del libro: uno nunca podrá olvidar esos fragmentos que lo hicieron vibrar. Si
te gusta bioquímica, y lees un libro que explica los procesos bioquímicos del
cuerpo humano, es inevitable que vayas por la calle asociando cada reacción
química conocida a cada humano que veas y viceversa. Así también con las
personas. Nadie olvida nunca su primer ‘amor’, solo que de dolor, pasa a
nostalgia, y de nostalgia al completo silencio.
Así que dejen la pendejada esa de
pretender cerrar ciclos, uno madura cuando se muere, o cuando pierde la
consciencia o la memoria.
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