Hasta que escuché mi nombre, y proseguí a entrar en ese estéril consultorio que me esperaba, para hablar con una mujer con bata de muñequitos que creía que por llamarme "amigo" con tono cariñoso, a mí se me iba a olvidar el motivo de mi visita. La mujer en cuestión era la médico (doctora no, soy receloso con ese tipo de títulos), muy amable por cierto, cosa que le agradecí a pesar de la incomodidad que me generó su trato, pues no muchos médicos mantienen el corazón tan cándido después de años de experiencia.
Después de mucho hablar, extendió su mano con un sobre cuidadosamente sellado. Lo abrí estrepitosamente y con afán, más que nada para lucirme.
. . .
—"Otra vez estoy muy decepcionado de mi, organismo malviviente"— dijo el enclenque chico cuando le dieron los resultados del examen médico.
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